sábado, 19 de diciembre de 2015

Carolina Giollo

Carolina Giollo nació en 1982. Estudió Letras en la UBA y es profesora en distintas escuelas secundarias de Capital y Gran Buenos Aires. En 2010 obtuvo el tercer puesto en poesía en el Certamen Internacional Leopoldo Marechal organizado por la Municipalidad de Morón. Desde 2013 organiza el ciclo de poesía itinerante Rumiar Buenos Aires junto a Gaby Larralde. La resistencia de la luna es su primer libro publicado. Su trabajo en proceso puede leerse en los blogs pozoeneldesierto.blogspot.com.ar y todoloquenosquedaeslatierra.blogspot.com. , ambos proyectos de poesía y narrativa, respectivamente.



















Foto de Pat Madia



Humano demasiado humano

Soy perro,
la tos me lo anunció siempre
y la mirada
y la forma de amar así,
incondicionalmente,
con el corazón en la mano.
No importa el dolor.

La manera de aullar bajo la luna,
eso es de lobo, dicen,
jamás entendí por qué,
entonces, amo a los felinos.
Tal vez, la fascinación
por sus ojos.

Quizás, yo fui
un gato egipcio,
de esos que protegen
los portales
del misterio de la noche.

Tal vez, me vi al espejo
y supe
que un perro puede más
con mi corazón,
que una lagartija.

Los animales y yo
ahora estamos
en una misma sincronía,
entonces es fácil
sentirme hermana
hasta de una cucaracha
y pedirle perdón
antes de bajarle
el peso de mi mano.



Hélices

mañanas de puro sol
y un azul rugido.
los árboles son uñas verdes,
la esperanza silenciosa
de un ciclo que no sabe detenerse,
como el viento,
susurrante,
y todavía frío
todavía frío–,
que sacude las almas
de los primeros llegados,
de los intrusos y de los advenedizos.

las alas caen,
secas,
en el lecho de la calle empedrada
todavía hace frío–.
quiero retener la memoria,
la sensación en mi alma
que gusta de las cuevas nocturnas
casi como un disparo,
como un cristal perpetuo
o un rubí.



Trampa

Y para cocinar un jabalí
tomarlo de su cola,
no basta
arrastrarlo por la arena,
no alcanza
coserle los colmillos,
no sirve
Hay que tener abierto
el ojo de vidrio morado
Saber quién tiene
el fuego escondido,
cuánto vale un pedazo nocturno
en el lecho de piedra.
Al río hay
que tirar las monedas
y dejar las letras de todas las pirañas
- viajan los peces de cristal e hilo
las fauces se abren y arrastran
treinta veces más ganas
que un último verso.
Esto
no se parece en nada a la libertad
es apenas un guiño,
un esbozo de la idea,
pero funciona:
me he transformado
en un túnel de anfibios.




Cinco lunas

era de noche profunda,
venía de recorrer un largo camino,
de haber trabajado mucho.
estábamos mis hermanos
y yo, traía en mí
la sabiduría silenciosa de los apagados

(de los que vieron correr el tiempo,
de los que entendieron,
pero olvidaron)

el mundo es un lugar gris,
¿sabés?
hay que aceptarlo.

llegaba aliviada
y pesada como un yunque
a un refugio,
a una terraza,
y buscaba la luna,

(brillante y hermosa,
como siempre aparece en mis sueños),

pero no era una,
eran cinco lunas,
todas las mismas,
con distintas caras,
y me puse unos gruesos lentes
para ver, en detalle,
la transparencia de sus formas
y su luz.

me quedé horas en esa oscuridad,
tomada por las cinco lunas.
abracé, con mis lágrimas,
la noche y la palabra,
me tomé las rodillas
y esperé

¿qué estás esperando?,
me dijo una de las lunas

(recuerdo,
ahora, despierta,
de cara a la página
a la luna que crece
en mi cabeza
y en mi sangre)

que me lleves, dije,
como a un felino
o a un lobo.

¿qué estás esperando?
que sea de color azul.




Fiesta

los meses pares
se disfrutan al aire libre,
embebidos de luz ,
un líquido u otro.
es el azar,
el mismo y viejo amigo,
te saluda,
te espera,
te dice: no has cambiado nada.
y para vos el tiempo
no ha dejado de escribir su marca
y aun así
no podés detener el baile,
el ritmo,
un recuerdo de noche
en el efímero rodar de las horas.

¿y si todo se termina,
y si alguien apaga las luces del cielo?

seguiremos
bailando en la oscuridad.


febrero es verde,
el tope máximo de las hojas,
la furia de las tormentas
y después viene

la caída.

el verano, cuando se despide,
puede ser gentil
y estirarse
en las nubes grises
para que el cuerpo
se acostumbre a llevar silencio.

los higos en la planta
donde cantan las aves,
el fantasma de mi abuelo
subido a la escalera
come un fruto maduro:
“es una miel”, dice.

mi gata espera
el momento
pero todas las aves
saben más
que ella:
nadie le teme
a los leones en los jardines.




Ciudad de luz

el verano sabe ser demasiado
y lo acepto.
no voy a renegar
de su luz
ni del vaho
ni del calor insoportable
pegado al cuerpo
porque eso sería
olvidarme
de las ganas de caminar
cuando es de noche.

bajo del colectivo
y no quiero quemar
más aire
pienso en los que no tienen
otro aire
pienso en los que tienen
ese aire falso
y helado
y ya no quiero
ser parte
de una contra natura.

acepto
que el aire
es el que dejamos
y que caminar
no hace daño
sobre todo
a quien comienza
a despedirse
de una ciudad
que ha comprendido
por la fuerza.

nunca me voy,
pero la distancia
es necesaria
para lanzarme a la vida simple
que añoran mis tenazas.

camino,
veo pasar las marquesinas,
que ahora se apagan,
los hombres de gorra
buscan
en los grandes tachos
el olor a basura
de las esquinas olvidadas.

paso por una plaza,
con rejas y sin luces.
oigo
las voces
de quienes tomaron
ese espacio
como propio
para que nunca fuera ajeno.

el vecino es feliz
en su jungla de montañas grises,
en las bocas abiertas,
con las luces de los balcones,
en las bocas cerradas
el vecino conoce
el camino
y baja
y se ríe.

los árboles
y sus chicharras,
el aleteo de los murciélagos,
los autos que pasan,
como zumbidos por las avenidas,
las luces naranjas
sincronizadas de los semáforos.

me detengo,
respiro,
veo pasar
una hoja seca,
la más seca del verano,
e intuyo,
que inevitablemente,
llegará el otoño
y yo estaré lejos,
pero
nunca lejos.

veo a la luna asomarse
entre los galpones
de un tren
pensado por los ingleses
para el abandono.

oigo el rumor de un taxi
sobre los adoquines,
toco uno de ellos
y cierro los ojos.
está caliente y sucio.
no puedo poner en palabras
todo el tiempo
que detiene.

abro los ojos,
veo crecer la hierba
a sus lados
la vida se abre paso.
nada podemos hacer
para frenarla.

sigo caminando,
nadie me conoce
en este barrio
nadie sabe mi nombre,
pero no hay que temer
porque eso basta
para que el peligro
desaparezca.

abro la puerta
y, en el pasillo, se huele
todavía
la comida casera.
subo,
el ascensor tiembla
cuando lo cierro.
entro en mi casa
y siento el abandono
de los que están solos
y comienzo a preguntarme
por todo eso
que dicen que alguna vez vendrá.

abro mis ventanas
porque hay viento
y siempre hay que agradecer,
en la ciudad, el viento.
veo la luna,
de costado,
como sosteniendo en el aire
el hilo de mi existencia.

me acuesto desnuda en la cama,
la cabeza en los pies
para sentir su luz.
voy a dormir mejor
esta noche.

pienso
y me pregunto
qué lado de la luna
ve la otra ciudad.
quién seguirá despierto
mientras todos duermen.

imagino a un gigante azul,
a un pastor
de árboles y de sonidos
que sabe ocultarse
en las avenidas.

sueño que estoy
en una de sus palmas,
que es un bote fresco
y oscuro,
y me duermo.


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