Gerardo David Curiá nació en San Pedro en
1968, ciudad donde sus poemas fueron premiados en numerosas oportunidades por
la biblioteca Rafael Obligado. Recibió numerosas distinciones por su actividad
literaria. Ha integrado antologías en su país y en el exterior. Participó en
varios festivales internacionales de poesía. Formó parte del taller literario
“El Tren de la Palabra”. Condujo los ciclos literarios: ¨Las Vacas Sagradas¨
y ¨Maldita Ginebra¨ y en la actualidad
¨Literatura Viva¨ junto a Lidia Rocha. Colabora con el ciclo ¨Interiores poetas
del País¨. Publicó: Sol, iris, sueño (poesía),
edición de autor, 1990; Crónicas de San
Acustio (relatos), edición de autor, 2002; Quebrado Azul (poesía), Ediciones Patagonia 2004; Serie
los suicidas (poesía), edición de autor 2005; Caldén (poesía), Ediciones El Mono Armado 2008; Música del Límite (poesía), El Suri
Porfiado 2010; El damero de los sueños
(poesía), La Mariposa y la Iguana 2013.
Poemas
Una flor extrema
sólo vive
en lo
nocturno de la sombra
y en la
primera luz
se
enciende
hacia otra
flor
ceniza
de lo imperceptible
Una hoja seca
sobre el cuerpo de los escarabajos
la leve inquietud
parece nacer en una ausencia
Qué velan los cuerpos al estremecerse
acaso la forma material de una música nacida en el silencio
y los escarabajos
se
desamparan
ya no hay refugio que no los llame al día
Música gris
la
hostilidad del viento es un cristal sucio en naranjos
y en la gravedad
un hornero regresa
el vuelo se
hace noche
en la medida del relámpago
se eleva en
su cuerpo el aire que trae el agua
no hay más refugio que
su propia travesía
se abandona
a la inclemencia
alcanza su signo
en sus alas
la
intemperie se rinde
Justo antes o justo después,
el
intenso sonido de la sombra
y la epidermis de las cosas se revela
oscilación de una hendidura que
presagia el accidente
y lo real
llega
a su estado de gracia
En el jardín de la palabra
la
fruta imposible
se
hace cuerpo
Acerqué mis manos
a la roca inasible,
respiración de los árboles
de antiguos bosques
sentí en mi piel
la tormenta
la nieve en la montaña
esconde al río
la abeja y la flor
de cada primavera
algún día
escribiré un poema de silencios
Seda en los acordes del viento
mi cuerpo
es la piedra
que desnuda su trama
no más
que una armonía
de
arena
inasible filo en que la luz
respira
de su sombra
música
del límite
Extranjero
En el umbral del relámpago
un huérfano canta
con sus manos
I
El extranjero
tiene en sus ojos
un mensaje
de quien podrías haber sido
para quien realmente eres
de sus pupilas
desciende muda
la huella de una ausencia
que mira desde siempre por primera vez
II
Misionero
de un tiempo huérfano de infancia
su piel siempre es lo triste
una belleza
que ni siquiera la muerte
materia
en la línea del pánico
en su revelación se abisma
hasta hacerse sutil
del ala del
fénix
una pluma
caída del fuego
hacia el río
III
ajeno de sí
aguarda en el umbral
para ser el huésped
una pausa en el límite
donde nadie es extranjero
y ni siquiera el alba
reconoce
su ausencia
Nieve del estío
Una mujer ha terminado de bañarse
Parada en
el centro del vapor
se
acaricia
suavemente la espalda
con una
toalla blanca
y una gota
de agua tibia
cae
de sus cabellos
Una mujer
secretamente
hermosa
Se peina
el amor
como una
novia
La vida
late
debajo de la nieve
Arena negra en una copa
Descalza atraviesa una playa nupcial
hay noche aún sobre la carne
y desciende a las hogueras húmedas
perfume de bestia
en su dulzura
un ala fría en el relámpago
El amante desnuda sus cabellos
hay un silencio de serpientes
aún
la muerte y el rocío
ha llegado por fin
una sola sustancia llora entre sus piernas
Incandescencia del miedo en tus labios
donde soy ciego
un cuchillo en la inocencia
y el llanto dulce
entra en mis huesos como la obscenidad
hablan los manantiales de la noche
en el vértigo
de una infancia
En sus manos
tiembla
un hombre
amanece en el invierno
arena negra en una copa
y un hogar cae sobre la flecha
Apenas nunca
y
siempre
Construimos en el viento
una casa de huesos de ballena
Insectos
de fuego
en las
noches de noviembre
y al besarnos
se apagó una estrella gris
Nosotros
que de siempre y nunca hambrientos
éramos apenas dos pequeñas piedras
acunamos al lobo
con el
agua
de un río
de montaña
Lo demás
fue el tiempo
de un solo largo día
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