lunes, 9 de marzo de 2015

Ana Claudia Díaz

Ana Claudia Díaz (Santa Teresita, 1983). Publicó Limbo (Pájarosló Editora, 2010 - La One Hit Wonder Cartonera, 2012) y Conspiración de perlas que trasmigran (Zindo & Gafuri, 2013); las plaquetas Vuelto Vudú (Pájarosló, 2009), La ecología de las poblaciones (Pájarosló, 2010) y Al antojo de las anémonas (Color Pastel, 2011). Participó en las antologías Pájaros en la frente (Pajárosló, 2011), La Juntada (APOA, 2012), Canciones (Ediciones presente, 2013), Re-Invención (Proyecto Madonna, 2013), Estaciones (La Parte Maldita, 2013), Poesía Deliberada (Textos Intrusos, 2013) y Poesía de hoy y de siempre (Eloisa cartonera, 2014).














Fotografía

El lomo del caracol que te camina en los pies
desde acá parece una flor.
La tierra se levanta entre surco y surco
voy hasta vos, dejando mil huellas en el camino
repleto de piñas, al costado
resplandor del vértigo que me produce
saberme cada vez más cerca.

La montaña se inclina hacia abajo
si mirás para arriba, hay un degradé de colores
poblándolo todo justo ahora
y yo yendo hacia el precipicio
con diez antorchas en las manos
que no me dejan palpar ni agarrarme de las ramas
en caso de que me suceda eso de caer.

El otro día vi nevar en el mar.
Vi la nieve, como en el cine
como si fueran cantos rodados en pendiente
o como si la lluvia trajera desde el cielo
quinientas ostras blancas que se resbalan hasta acá.

En verano, el pasto está trazado en hileras de arañas aladas
y ciempiés psicodélicos que desfilan para las acacias.
Todo eso de lejos, solo parece pedacitos de arcilla de colores
o los espejitos que traen esas carteras hippies
que usan las niñas para ir a la playa.

Pero ahora, la nubosidad que me habita
solo me deja ver la sequía natural
como señal de cercanía a un pantano.
Plumerillos rojos en medio del andar.

Casi que llego. Pintaron todo el mundo
con acuarelas azules, una gran esfera blue.
Ya no puedo distinguir entonces
el agua del cemento o las baldosas de las hojas
me mareo en la humedad que deja charcos por todos lados
como si fueran esos arcos en las entradas de los pueblos
que están ahí, firmes, para que podamos divisar un abismo.

Te encuentro, cuando miro por el foco amarillo
de mi calidoscopio.
En ese redondel, ahí estás subido a un barquito
hecho de diario para flotar
compraste un montón de trompos
para generar olas en el suelo
que se vuelve un espiral.
En tus manos, globos con forma de pez
me simulan el paraíso que construiste, y voy.
Detrás de las ventanas de los iglúes
hay miradas que nos observan
como el hocico que descubro de esa vaca que se escondió.
En la intimidad se despinta
un pedacito de metal de una piedra
el sol refleja ahí y nace luz.




Eco de mí en la lluvia

Me ahogo en la lluvia esta mañana
el reflejo seguro de mí en las baldosas
insaciable, lo interviene todo
comulga con los espejos distorsionados
y el brillo.
Levitando, los pájaros se refugian en el nogal
los pétalos habitan solo el suelo hoy
escucho el murmullo
a lo lejos
la insistencia desdobla mi sensación
sensata de ausencia
instante de este tiempo
en que entiendo
la sonoridad de los pasos
sobre las hojas secas
y el suceder.




Desnudo el árbol

Tartamudeo
previo al despertar del vuelo
mismo lugar
misma pertenencia.
En las gigantes fogatas
en el papel crepé color pera
que se desenvuelve del árbol.
Ovillo.




Casas de adobe donde parar

El cangrejo que vela con su armadura mi destino
me deja ser una rosa montés que nace
intrépida en el trópico de la razón
se reviste en la luz sonrosada de la aurora austral
infunde sobre nosotros el encuentro.
Comunión que va delante en el tiempo
y precede un paralelo al suelo de mi imaginación
como amparo para guarecerse de las inclemencias sin abrigo
del riesgo que se vierte íntegro, a los puntos cardinales
para desatinar el desuso del corazón.
Tanto y tanto sonido superflúo solo provoca curiosidad
para después volver a la concordia de saber
que donde hay paz, todos cantamos a la vez e imitamos
los acordes de un tero.
Ahí estamos, nosotros, como infantes
coros y ornamentas nos protegieron del recelo insuperable
del alarde áspero que trae consigo
el carbón costero en las mañanas de invierno.
Hay un descubierto cubierto
con manta de alpaca en mis hombros
una secuencia de adornos que hay que arreglar.
Las semillas de la planta de al lado
el crisolito de los arbustos de lino que lo embellece todo.
Y nuestros rostros se secan al aire.




Niños vistiéndose

Color uva el paladar del mar
su playa teñida
la espuma de las olas dispersó nuestras esporas por todos lados.
La bruma. Brizna.
Rompimos los hábitos de los perros de la madrugada.
Frágiles esquirlas desprendidas de la arena
construyeron mi alma esta vez.
Los tamariscos parecían mandrágoras esmaltadas
o un pilar de agujas.
No sé. El velo. El roce previo.
Aprender a espiar desde dónde es que cuelga la lluvia en invierno.
Mojado el cielo, en mi garganta la arena raspa y raspa
para esconder todas esas idas y venidas y vueltas
y ya no hablar más.
Fabricantes arrancaron del hueco las espigas
y las varas que quedaban.
Dejaron solo calma, casi que estaba por caérsele a los pies.
De pronto todo era un almacabra. Una bóveda.
Éramos como niños. Habíamos estado vistiéndonos.
Antes de que el océano largara
los cangrejos a las hierbas de las dunas, a la raíz
con la luz violeta podía verse el camino
sembrado con migas de nueces
me eché a andar de espaldas gregaria de acá para allá
descubrí que en la aldea del tiempo el viento baraja
una población de diez mil huellas nuestras o más. Una manada.
Allá va lo que es lejos ¿Hay alguien perdido para confesar
o prevenir la desventaja?
Aun no sé si se fue o si vino.
Hay que desfogar la ira y la demasía, cuando se teme
llenarse de frutas
acomodar en la pared de arena el papel tapiz
con la imagen del tren de fondo
cubrir el piso de flores
y ahí, somos como dos manchas que se van con el limón
o con el sol de la mañana por un cuenco de sal
que es solo para irse.




de, “Conspiración de perlas que trasmigran”, zindo & gafuri, 2013.

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