miércoles, 4 de febrero de 2015

Walter Bianquet

Walter Bianquet  nació en Buenos Aires en 1981. Publicó de manera independiente una revista de cuentos y poemas, Las guerras que sienten mucho.            













EL VESTIDO


Crucemos ahora, que el recuerdo del accidente descansa en la compra del vestido para mi casamiento y toda sensación de espera se hará eterna hasta que vuelva a sostenerme en pie para llegar al altar.
La tarde va cayendo y unas nubes aproximan lluvia.
Niños me piden monedas y un violento asalto sucede metros atrás con características del crimen de ayer.
Crucemos amor, que la protesta se escucha avenida abajo y sus cantos de cambio repudian nuestra unión.

Otro hombre en este día insiste en ayudarme sin advertir tu presencia;
si me dejara guiar por ellos, ¿sería tan fría para calcular que fueron miles?
Y porque estoy viendo hace meses la vidriera de enfrente desde que permanezco aquí, inmóvil desde tu mañana, porque no comunique nada, asegurándome en ellos, que el vestido estaría listo para llegar en esta silla de ruedas que no sé quién condujo a esta esquina de pasiones vagabundas y perderte como a mis piernas cuando aquel accidente de tren que me alejo para siempre de tu canción en mi discreta dignidad de ahorro y dejo TODO CARRIL EN EL PASADO.

Cruzaré sola por mi vestido aunque el local haya cerrado y la noche insegura me encuentre dejándome allí; en compromiso de soportar la organización con mi cuerpo desnudo y en soledad. Como cuando llegue del pueblo a la postal de hoy, en una esquina de otros pobres paralíticos que duermen ahora.


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LOS REFORMADORES DE LA DEPENDENCIA

Una atmósfera vibrante envolvía un amplio sector de los domicilios secretos,
refugios castos que alentaban las tentativas exponiendo a sus hijos a graves conflictos
con sus inhibiciones.
La distribución de armas despertaba en un individuo sexualmente sano los deseos en otros
objetos de aversión, bajo la máscara de la bandera, abundantes dudas de los soldados en su regreso a la realidad
de turno. El estigma público de ser otra baja más, intercala toda una serie de intermediarios
menores que hasta el momento no tienen significancia profesional con el peligro inmediato
que buscamos nosotros, “los reformadores de la dependencia”, callejón introducido
en el cuerpo de todo un mundo en guerra, una nueva identidad para las catástrofes de los noticieros.
En esta nueva habitación social, sin memoria para las drogas que frecuentan estos relatos de abandono moral, durante la interferencia entre la facultad y el matrimonio.
Más allá del dios de la voz organizada y las vacaciones paranoicas del futuro.
Pregunten por los puestos del odio al irse a dormir.
Muéranse en la duda y reencarnen sin el enemigo, la prostitución es cada vez más barata, la letrina se volvió elástica para gastar sin condición.
En el baño, que era nuestro cuartel, nos prohibieron mientras se estiraba la vida y cambiaban sus distancias sin dar la vuelta al perro, se volvió a sacar boleto, hizo suelo cero grados y la corona ascendente no devolvió las islas al sur.
Necesitábamos escapar unas horas, resistir las letanías, después un hogar y enterrar las valijas.

Llegaban los alumnos repetidos y los tatuajes del centro con sus contratos consuelos. Son hordas desnutridas bebiendo nafta en círculos de goma frente al incendio forestal.
La dependencia es extrema, anestesiaban sus recuerdos para no ver a ningún muerto sobre una
botella que todavía haga ruido.
El comunicado de los desertores ofrecía una capsula vagón de retorno, esas a las que son adictas las actrices viejas.

Los pocos reformadores de la dependencia que no cambiaron su domicilio, estaban de acuerdo en organizar una coalición para que todos los trenes de salidas excursivas finales en los adherentes donantes pudieran comer bien, que tuvieran un diccionario de su independencia y registraran artistas de cualquier disciplina entretejiendo los territorios limitados que nuestra ayuda pudo darles de forma anónima pero para toda la vida.

Con un seguro de que cada uno si quisiese podría reformar los lugares más horribles de nuestra unión con las heladeras, pan antigloria que contiene lo invisible del error y se acaba sin título ni cortejo, el vuelto del vestido de sobrevivir como mujer, como la elegante manera de matar la juventud por siempre, para no coexistir en influencias ni enlaces.


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ISLA RÁPIDA


Todo el cuarto era un insulto
dentro de relaciones públicas, lujos científicos y esas óperas que se suicidan con sonidos.
Robé sólo para migrar de la maldición del reloj interno en el agua del escenario.
A la hora de comer
ya estoy jubilado de un premio,
entre siestas, firmando al secretario del cartón autógrafos devotos;
la humillación de la eternidad es para los otros
mí relámpago está detenido
cae la lluvia mayorista.
Los recolectores se llevaron los portales del cortejo y las lagrimas de nunca
mis ojos tienen la sobra
una víctima a la vista
en las bases militares hay pieles con las llagas indicadas
los centros privados de la soledad no se responsabilizan por los tronos olvidados.

Resurgieron fábricas de éxito
se reclutan niñas,
van con parcas ajustadas luego a cirugía; es una isla rápida
llega en exilio
susurrando:
“mamá quiero vestirme con el traje de murga todo el tiempo”
y fue lo ultimo que escuché desde mi fuga al vicio.
Ilustre exhibición de planetas negros
una imagen sin salud
el precio de mí mismo con las viudas.
El homenaje de un cielo nublado al despertar como pareja de un cajero automático.
Yo compre el alcohol por ahí…
por los edificios de las sociedades anónimas
donde no hay entrega a domicilio
y ningún envase es descartable.

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EL ORIGEN COMPARTIDO

El nacimiento de un hermano
detonó el final del hogar exclusivo.
La niña, única, celosa del primer alimento
llevaba consigo un cuchillo para la llegada de la primavera
época en que todos los vestidos ligeros daban la sensación de que había
más mujeres embarazadas que en otras estaciones.

Cortando vientres anónimos
y apoderándose del cordón que nutre las miserias futuras
caían fetos incompletos
muriendo de hambre en el asfalto.


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