Walter Bianquet nació en Buenos Aires en 1981. Publicó de manera independiente una revista de cuentos y poemas, Las guerras que sienten mucho.
EL
VESTIDO
Crucemos
ahora, que el recuerdo del accidente descansa en la compra del
vestido para mi casamiento y toda sensación de espera se hará
eterna hasta que vuelva a sostenerme en pie para llegar al altar.
La
tarde va cayendo y unas nubes aproximan lluvia.
Niños
me piden monedas y un violento asalto sucede metros atrás con
características del crimen de ayer.
Crucemos
amor, que la protesta se escucha avenida abajo y sus cantos de cambio
repudian nuestra unión.
Otro
hombre en este día insiste en ayudarme sin advertir tu presencia;
si
me dejara guiar por ellos, ¿sería tan fría para calcular que
fueron miles?
Y
porque estoy viendo hace meses la vidriera de enfrente desde que
permanezco aquí, inmóvil desde tu mañana, porque no comunique
nada, asegurándome en ellos, que el vestido estaría listo para
llegar en esta silla de ruedas que no sé quién condujo a esta
esquina de pasiones vagabundas y perderte como a mis piernas cuando
aquel accidente de tren que me alejo para siempre de tu canción en
mi discreta dignidad de ahorro y dejo TODO CARRIL EN EL PASADO.
Cruzaré
sola por mi vestido aunque el local haya cerrado y la noche insegura
me encuentre dejándome allí; en compromiso de soportar la
organización con mi cuerpo desnudo y en soledad. Como cuando llegue
del pueblo a la postal de hoy, en una esquina de otros pobres
paralíticos que duermen ahora.
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LOS
REFORMADORES DE LA DEPENDENCIA
Una
atmósfera vibrante envolvía un amplio sector de los domicilios
secretos,
refugios
castos que alentaban las tentativas exponiendo a sus hijos a graves
conflictos
con
sus inhibiciones.
La
distribución de armas despertaba en un individuo sexualmente sano
los deseos en otros
objetos
de aversión, bajo la máscara de la bandera, abundantes dudas de los
soldados en su regreso a la realidad
de
turno. El estigma público de ser otra baja más, intercala toda una
serie de intermediarios
menores
que hasta el momento no tienen significancia profesional con el
peligro inmediato
que
buscamos nosotros, “los reformadores de la dependencia”, callejón
introducido
en
el cuerpo de todo un mundo en guerra, una nueva identidad para las
catástrofes de los noticieros.
En
esta nueva habitación social, sin memoria para las drogas que
frecuentan estos relatos de abandono moral, durante la interferencia
entre la facultad y el matrimonio.
Más
allá del dios de la voz organizada y las vacaciones paranoicas del
futuro.
Pregunten
por los puestos del odio al irse a dormir.
Muéranse
en la duda y reencarnen sin el enemigo, la prostitución es cada vez
más barata, la letrina se volvió elástica para gastar sin
condición.
En
el baño, que era nuestro cuartel, nos prohibieron mientras se
estiraba la vida y cambiaban sus distancias sin dar la vuelta al
perro, se volvió a sacar boleto, hizo suelo cero grados y la corona
ascendente no devolvió las islas al sur.
Necesitábamos
escapar unas horas, resistir las letanías, después un hogar y
enterrar las valijas.
Llegaban
los alumnos repetidos y los tatuajes del centro con sus contratos
consuelos. Son hordas desnutridas bebiendo nafta en círculos de goma
frente al incendio forestal.
La
dependencia es extrema, anestesiaban sus recuerdos para no ver a
ningún muerto sobre una
botella
que todavía haga ruido.
El
comunicado de los desertores ofrecía una capsula vagón de retorno,
esas a las que son adictas las actrices viejas.
Los
pocos reformadores de la dependencia que no cambiaron su domicilio,
estaban de acuerdo en organizar una coalición para que todos los
trenes de salidas excursivas finales en los adherentes
donantes pudieran comer bien, que tuvieran un
diccionario de su independencia y registraran artistas de cualquier
disciplina entretejiendo los territorios limitados que nuestra ayuda
pudo darles de forma anónima pero para toda la vida.
Con
un seguro de que cada uno si quisiese podría reformar los lugares
más horribles de nuestra unión con las heladeras, pan antigloria
que contiene lo invisible del error y se acaba sin título ni
cortejo, el vuelto del vestido de sobrevivir como mujer, como la
elegante manera de matar la juventud por siempre, para no coexistir
en influencias ni enlaces.
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ISLA
RÁPIDA
Todo
el cuarto era un insulto
dentro
de relaciones públicas, lujos científicos y esas óperas que se
suicidan con sonidos.
Robé
sólo para migrar de la maldición del reloj interno en el agua del
escenario.
A la
hora de comer
ya
estoy jubilado de un premio,
entre
siestas, firmando al secretario del cartón autógrafos devotos;
la
humillación de la eternidad es para los otros
mí
relámpago está detenido
cae
la lluvia mayorista.
Los
recolectores se llevaron los portales del cortejo y las lagrimas de
nunca
mis
ojos tienen la sobra
una
víctima a la vista
en
las bases militares hay pieles con las llagas indicadas
los
centros privados de la soledad no se responsabilizan por los tronos
olvidados.
Resurgieron
fábricas de éxito
se
reclutan niñas,
van
con parcas ajustadas luego a cirugía; es una isla rápida
llega
en exilio
susurrando:
“mamá quiero vestirme con el traje de murga todo el tiempo”
y
fue lo ultimo que escuché desde mi fuga al vicio.
Ilustre
exhibición de planetas negros
una
imagen sin salud
el
precio de mí mismo con las viudas.
El
homenaje de un cielo nublado al despertar como pareja de un cajero
automático.
Yo
compre el alcohol por ahí…
por
los edificios de las sociedades anónimas
donde
no hay entrega a domicilio
y
ningún envase es descartable.
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EL
ORIGEN COMPARTIDO
El
nacimiento de un hermano
detonó
el final del hogar exclusivo.
La
niña, única, celosa del primer alimento
llevaba
consigo un cuchillo para la llegada de la primavera
época
en que todos los vestidos ligeros daban la sensación de que había
más mujeres embarazadas que en
otras estaciones.
Cortando
vientres anónimos
y
apoderándose del cordón que nutre las miserias futuras
caían
fetos incompletos
muriendo
de hambre en el asfalto.
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