Paula Constante nació en Buenos Aires en 1981. Publicó de manera independiente la revista de cuentos Pan not dead.
Piratas del Sueño
-¿Cuál fue mi trabajo
anterior?
Bueno, yo tenía a mi cargo
una embarcación. Prodigio entre los transoceánicos: la nave se
llamó “Sueño”.
Imponente, las cubiertas eran
tantas como letras en el alfabeto. Contaba con enormes velas,
asimismo un potente motor, y por si fallaba, la caldera a leña nos
sacaba de la emergencia.
Toneladas de acero remachado,
por fuera; interiores de fragante madera, tanto como exquisitas
telas, cubriendo los dormitorios principales y los numerosos salones,
al estilo de la vieja usanza.
Los prácticos cuartos para la
tripulación y hasta decentes habitáculos para aquellos de poder
humilde, también fueron incluidos por el Ingeniero Maestro, quien
sin duda puso todo su empeño en la disposición del gran comedor y
su alma y hermana, la
grande cocina.
-“Inimaginable”,
“excesivo”,- vocablos tímidos que no alcanzan a precisar el
deleite que eran capaces de desencadenar al comensal esos chefs
sospechados de recibir instrucción culinaria del más allá. El menú
sólo contaba con recetas antropológicas, -dictadas por los antiguos
a sus escribas-, sobre vajilla moderna.
Ayudantes de cocina japoneses,
camareras francesas, un chef mahorí, el otro oriundo de esa parte de
Italia que se hundió.
-Se trataba de un navío con
una ruta inusual.
El crucero de los piratas
espirituales, dispuestos a pasarse un continente o dos sólo por
seguir hasta su guarida a la serpiente de mar.
O apagar las máquinas y todos
a babor bailar sin pausa ante la escandalizada luna, -quien hastiada
de nuestro fervor-, llegó a retirarse en una ocasión, dejándonos
en la compañía apropiada de las pícaras estrellas.
Esa vez hasta el cachalote
bailó, y el sol, al salir, rió.
-Recorrimos el mundo y sus
confines, en línea recta y en espiral, pero nos quedamos cortos.
Así fueron acumulándose toda
clase de acontecimiento en la bitácora: intensas confrontaciones e
inexpugnables amistades, la alegría de las bodas y los nacimientos,
el pesar del dolor y enfermedad. Recogimiento ante la muerte.
Inevitable y lento olvido.
Todo aquello de lo que están
hechas las vidas, lo teníamos sobre nuestras olas, en el mundo y
fuera del mundo, todo era igual, pero de un modo certero, distinto.
…-Transcurrieron los días,
los meses, los años. Subían y bajaban en los puertos, distintos
pasajeros, pero la tripulación en grueso, era siempre la misma.
Hasta que sucedió, - primero
con la esperanza de que se tratara de un error, ya sea intencionado o
no-, pero se repitió con tanta frecuencia al punto de hacerse
normal. Y ya no se pudo sostener la idea de la casualidad.
…Este hecho, digo yo, golpeó
nuestro propósito de travesía tan duro que su consecuencia más
grave fue la mismísima destrucción.
-Primero saliendo de la India,
yo estaba en la sala de máquinas y me mandan llamar, a leer el
urgente telegrama:
FALTAN JOYAS REINA MUKTIDASHI
STOP REGRESAR STOP DELOCONTRARIOABRIREMOSFUEGOCONTRA “SUEÑO”
Meneé la cabeza, mudo. No le
di crédito al mensaje, al que consideré una calumnia, y su amenaza,
una exageración fundamentalista.
Aun así cambié el destino y
viré rumbo a Micronesia, si dar ni una explicación.
…Nuestra alegría se iba
diluyendo, pero nadie se atrevía a enfrentarlo. En la Isla Mayor del
Pacífico, -el segundo lugar en que amarramos por esta latitud-, la
advertencia se repitió: un día después de visitar el templo de
Ha-aarup, el cetro ritual
brillaba, pero por su ausencia.
No pronuncié sentencia, a
pesar que éramos los únicos extranjeros de la isla. Rápidamente
abandonamos el puerto en la madrugada.
-Ya era alarmante mi
pasividad, pero como se sabe, el orgullo del capitán es inmenso, y
yo seguía hasta para mí mismo, ciego.
Mi alma gritaba, y yo negando,
sólo me entregaba a la desesperación de manera callada, aferrado al
ron y la ilusión tonta de las cartas, acomodado en mi derrota
diaria.
Las demandas y órdenes de
ejecución llovían sobre “Sueño”, varios buques mercenarios
surcaban los mares a la caza de mi cabeza, ya que debía responder en
carne y hueso por los crímenes de cualquiera aquí, o perecer
intentando detener esto hasta que ya no quede qué robar.
-Porque finalmente vi: no se
trataba de un solo ladronzuelo al abrigo de las sombras de la bodega,
no, era un sistema sofisticado, calculado a precisión para
desmantelar, de ser posible el mismo universo, empezando por simular
ir de crucero sin fin.
-Bueno, ocurrió. No sé
precisar el momento, cuando algo en mí comenzó a crecer,
velozmente, se expandió y fortaleció hasta querer desbordar:
estalló.
Mi furia se volvió
turbulencia, mi indignación, potencia.
Fui Saturno en los dominios de
Poseidón.
Decidí terminar de una vez
con la estafa. Inspirado por la Biblia (¡qué original!) tomé la
imagen del arca de la alianza y la tranformé convenientemente en el
naufragio de la Alianza.
Hundí la nave, provoqué el
naufragio de “Sueño”. Aunque no impedí que los más capaces se
salvaran, no los ayudé tampoco, huí como una rata.
Como una rata incapaz de
volver a confiar en las ratas.
Aquí me encuentro, capitán
sin barco, capitán sin empleo.
De esta vida me he jubilado.
Hundido está el sueño,
tripulado por los espectros de los ladrones.
Aguardando que yo cruce al
otro mundo para hacer rodar mi fantasmal cabeza en el primer motín
de los muertos.
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