miércoles, 4 de febrero de 2015

Paula Constante

Paula Constante nació en Buenos Aires en 1981. Publicó de manera independiente la revista de cuentos Pan not dead.












Piratas del Sueño

-¿Cuál fue mi trabajo anterior?
Bueno, yo tenía a mi cargo una embarcación. Prodigio entre los transoceánicos: la nave se llamó “Sueño”.
Imponente, las cubiertas eran tantas como letras en el alfabeto. Contaba con enormes velas, asimismo un potente motor, y por si fallaba, la caldera a leña nos sacaba de la emergencia.
Toneladas de acero remachado, por fuera; interiores de fragante madera, tanto como exquisitas telas, cubriendo los dormitorios principales y los numerosos salones, al estilo de la vieja usanza.
Los prácticos cuartos para la tripulación y hasta decentes habitáculos para aquellos de poder humilde, también fueron incluidos por el Ingeniero Maestro, quien sin duda puso todo su empeño en la disposición del gran comedor y su alma y hermana, la grande cocina.
-“Inimaginable”, “excesivo”,- vocablos tímidos que no alcanzan a precisar el deleite que eran capaces de desencadenar al comensal esos chefs sospechados de recibir instrucción culinaria del más allá. El menú sólo contaba con recetas antropológicas, -dictadas por los antiguos a sus escribas-, sobre vajilla moderna.
Ayudantes de cocina japoneses, camareras francesas, un chef mahorí, el otro oriundo de esa parte de Italia que se hundió.

-Se trataba de un navío con una ruta inusual.
El crucero de los piratas espirituales, dispuestos a pasarse un continente o dos sólo por seguir hasta su guarida a la serpiente de mar.
O apagar las máquinas y todos a babor bailar sin pausa ante la escandalizada luna, -quien hastiada de nuestro fervor-, llegó a retirarse en una ocasión, dejándonos en la compañía apropiada de las pícaras estrellas.
Esa vez hasta el cachalote bailó, y el sol, al salir, rió.

-Recorrimos el mundo y sus confines, en línea recta y en espiral, pero nos quedamos cortos.
Así fueron acumulándose toda clase de acontecimiento en la bitácora: intensas confrontaciones e inexpugnables amistades, la alegría de las bodas y los nacimientos, el pesar del dolor y enfermedad. Recogimiento ante la muerte. Inevitable y lento olvido.
Todo aquello de lo que están hechas las vidas, lo teníamos sobre nuestras olas, en el mundo y fuera del mundo, todo era igual, pero de un modo certero, distinto.

-Transcurrieron los días, los meses, los años. Subían y bajaban en los puertos, distintos pasajeros, pero la tripulación en grueso, era siempre la misma.
Hasta que sucedió, - primero con la esperanza de que se tratara de un error, ya sea intencionado o no-, pero se repitió con tanta frecuencia al punto de hacerse normal. Y ya no se pudo sostener la idea de la casualidad.
Este hecho, digo yo, golpeó nuestro propósito de travesía tan duro que su consecuencia más grave fue la mismísima destrucción.

-Primero saliendo de la India, yo estaba en la sala de máquinas y me mandan llamar, a leer el urgente telegrama:
FALTAN JOYAS REINA MUKTIDASHI STOP REGRESAR STOP DELOCONTRARIOABRIREMOSFUEGOCONTRA “SUEÑO”

Meneé la cabeza, mudo. No le di crédito al mensaje, al que consideré una calumnia, y su amenaza, una exageración fundamentalista.
Aun así cambié el destino y viré rumbo a Micronesia, si dar ni una explicación.

Nuestra alegría se iba diluyendo, pero nadie se atrevía a enfrentarlo. En la Isla Mayor del Pacífico, -el segundo lugar en que amarramos por esta latitud-, la advertencia se repitió: un día después de visitar el templo de
Ha-aarup, el cetro ritual brillaba, pero por su ausencia.
No pronuncié sentencia, a pesar que éramos los únicos extranjeros de la isla. Rápidamente abandonamos el puerto en la madrugada.

-Ya era alarmante mi pasividad, pero como se sabe, el orgullo del capitán es inmenso, y yo seguía hasta para mí mismo, ciego.
Mi alma gritaba, y yo negando, sólo me entregaba a la desesperación de manera callada, aferrado al ron y la ilusión tonta de las cartas, acomodado en mi derrota diaria.
Las demandas y órdenes de ejecución llovían sobre “Sueño”, varios buques mercenarios surcaban los mares a la caza de mi cabeza, ya que debía responder en carne y hueso por los crímenes de cualquiera aquí, o perecer intentando detener esto hasta que ya no quede qué robar.

-Porque finalmente vi: no se trataba de un solo ladronzuelo al abrigo de las sombras de la bodega, no, era un sistema sofisticado, calculado a precisión para desmantelar, de ser posible el mismo universo, empezando por simular ir de crucero sin fin.

-Bueno, ocurrió. No sé precisar el momento, cuando algo en mí comenzó a crecer, velozmente, se expandió y fortaleció hasta querer desbordar: estalló.
Mi furia se volvió turbulencia, mi indignación, potencia.
Fui Saturno en los dominios de Poseidón.

Decidí terminar de una vez con la estafa. Inspirado por la Biblia (¡qué original!) tomé la imagen del arca de la alianza y la tranformé convenientemente en el naufragio de la Alianza.

Hundí la nave, provoqué el naufragio de “Sueño”. Aunque no impedí que los más capaces se salvaran, no los ayudé tampoco, huí como una rata.
Como una rata incapaz de volver a confiar en las ratas.

Aquí me encuentro, capitán sin barco, capitán sin empleo.
De esta vida me he jubilado.
Hundido está el sueño, tripulado por los espectros de los ladrones.
Aguardando que yo cruce al otro mundo para hacer rodar mi fantasmal cabeza en el primer motín de los muertos.

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