Luz Marchio (Buenos
Aires, 1982) Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Junto con sus
compañeros de ruta, Facundo Reyna Mouniain y Agostina Weler, formó un área de
Investigación Lingüística en la Fundación Xeito Novo, espacio a partir del cual
organizaron cinco ediciones del Congreso de Lenguas Minorizadas. En 2012,
publicó el poemario Lugar, ilustrado con acuarelas de Diego Perrotta. Varios de sus poemas fueron publicados en
medios digitales como Círculo de Poesía (México) y La mesa esférica (Colombia),
Poetas del siglo XXI (España), Polifonía (Argentina). Actualmente,
se encuentra trabajando en La estación libro
en el cual intenta disimular (sin
éxito) su obsesión por los árboles.
I
Sobre una línea de
colores breves
las cosas
permanecen como las dejé.
Un nido de lana
extendido sobre la mesa
esconde un playmóvil
con trajecito azul:
el muñequito de la
disputa entre mi hermana y yo.
Todos los inviernos
lo enterrábamos
dejando huellas en
la helada.
Entre las ramas de
gomeros y sauces,
un rastrillo cada
una,
avanzábamos por el
jardín.
Caminábamos en
silencio,
como se acompaña a
los muertos
a la tumba.
Matar al hombrecito
era un ritual
que nos hacía
sentir muñequitas.
Queríamos ser
muñequitas protagonistas
del jardín.
Ya no existe ese
hueco
para el hombrecito
de traje azul.
Es una mañana real
y la figura del playmóvil se deshace
en la mugre.
Tantos años
cuidando a ese hombrecito.
Ahora su torso no
es más azul
¿Será porque la
cronología de los cuerpos anula el tiempo
de los que
respiran?
En esta mañana real
el mismo jardín me
delata.
Debajo de mis pies
una línea de gotas
y rocas
divide la tierra
nueva,
las flores aisladas
modifican su comportamiento.
Entregan al sol lo
único que tienen:
una forma y un color.
En un día como este
puedo mirar con liviandad
lo impostergable
a la luz de la
ventana.
Desde el
contorno
hasta su núcleo
los cuerpos varían,
indefectiblemente.
El sonido de las
piedras bajo el agua
trae su secreto
contra mí;
ese sonido que pule
y desgasta
por lo bajo
cuando nadie
interrumpe.
(El vidrio contiene el movimiento)
Se despidieron sin
decir nada.
No importó.
Apenas floté con un
resto de distancia.
(A veces las
palabras son hechos irreversibles)
Puede que otra
mañana
pero no esta
vuelva a escuchar
la corriente
bajo mis pies.
II
En un suelo que
hierve de hormigas
¿para qué sirve una
semilla?
Pasan los años,
su cuerpo se
encorva
y ella respira en
el angosto espacio
de los límites y su
transgresión.
Nunca fuimos amigas
pero bailamos
juntas en el desastre,
contentas de formar
parte
del mismo derrumbe.
Como si supiéramos despedirnos para siempre,
guardábamos el último abrazo de serpiente;
Como si supiéramos despedirnos para siempre,
guardábamos el último abrazo de serpiente;
teníamos el brillo
de la risa en el vientre
bajo los ojos de
gente muerta, viva y por nacer.
La carta perfecta.
Pero uno nunca sabe cómo despedirse para siempre
ni cómo envejecer lejos del sol.
La carta perfecta.
Pero uno nunca sabe cómo despedirse para siempre
ni cómo envejecer lejos del sol.
Conoce la tierra el
olor del miedo
pero no su
verdadera forma.
Por eso
todas nos perdimos
el mismo día.
Y fue en ese fuego
que trae la angustia de no saber
donde nació el
cálculo perfecto de la agonía.
Cuando todo el
cuerpo es carne de matadero
solo queda el
exilio.
Y solo un cuerpo
exiliado del hábito de compartir
conoce la dosis
exacta de indiferencia
para provocar
el desencuentro.
En tránsito
permanente, las hormigas devoran en silencio.
Agua dormida que
vendrá,
el silencio es la
versión más antigua
del enojo.
Porque elegimos
esta soledad de palabras
solo queda hacer
una casa con ramitas.
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