miércoles, 22 de abril de 2015

Luz Marchio

Luz Marchio (Buenos Aires, 1982) Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Junto con sus compañeros de ruta, Facundo Reyna Mouniain y Agostina Weler, formó un área de Investigación Lingüística en la Fundación Xeito Novo, espacio a partir del cual organizaron cinco ediciones del Congreso de Lenguas Minorizadas. En 2012, publicó el poemario Lugar, ilustrado con acuarelas de Diego Perrotta.  Varios de sus poemas fueron publicados en medios digitales como Círculo de Poesía (México) y La mesa esférica (Colombia), Poetas del siglo XXI (España), Polifonía (Argentina). Actualmente, se encuentra trabajando en La estación libro en el cual intenta disimular (sin éxito) su obsesión por los árboles.









I


Sobre una línea de colores breves
las cosas permanecen como las dejé.

Un nido de lana extendido sobre la mesa
esconde un playmóvil con trajecito azul:
el muñequito de la disputa entre mi hermana y yo.

Todos los inviernos lo enterrábamos
dejando huellas en la helada.
Entre las ramas de gomeros y sauces,
un rastrillo cada una,
avanzábamos por el jardín.
Caminábamos en silencio,
como se acompaña a los muertos
a la tumba.
Matar al hombrecito era un ritual
que nos hacía sentir muñequitas.
Queríamos ser muñequitas protagonistas
 del jardín.
 
Ya no existe ese hueco
para el hombrecito de traje azul.
Es una mañana real y la figura del playmóvil se deshace
en la mugre.

Tantos años cuidando a ese hombrecito.
Ahora su torso no es más azul
¿Será porque la cronología de los cuerpos anula el tiempo 
de los que respiran?

En esta mañana real
el mismo jardín me delata.

Debajo de mis pies
una línea de gotas y rocas
divide la tierra nueva,
las flores aisladas modifican su comportamiento.
Entregan al sol lo único que tienen:
una forma  y un color.

En un día como este puedo mirar  con liviandad
lo impostergable
a la luz de la ventana.
Desde el contorno 
hasta su núcleo
los cuerpos varían,
indefectiblemente.

El sonido de las piedras bajo el agua
trae su secreto contra mí;
ese sonido que pule
y desgasta
por lo bajo
cuando nadie interrumpe.


(El vidrio  contiene el movimiento)


Se despidieron sin decir nada.
 No importó.
Apenas floté con un resto de distancia.


(A veces las palabras son hechos  irreversibles)

Puede que otra mañana
pero no esta
vuelva a escuchar la corriente
bajo mis pies.


II


En un suelo que hierve de hormigas
¿para qué sirve una semilla?

Pasan los años,
su cuerpo se encorva
y ella respira en el angosto espacio
de los límites y su transgresión.

Nunca fuimos amigas
pero bailamos juntas en el desastre,
contentas de formar parte
del mismo derrumbe.

Como si supiéramos despedirnos para siempre,
guardábamos el último abrazo de serpiente;
teníamos el brillo de la risa en el vientre
bajo los ojos de gente muerta, viva y por nacer.
La carta perfecta.
Pero uno nunca sabe cómo despedirse para siempre
ni cómo envejecer lejos del sol.


Conoce la tierra el olor del miedo
pero no su verdadera forma.
Por eso
todas nos perdimos el mismo día.

Y fue en ese fuego que trae la angustia de no saber
donde nació el cálculo perfecto de la agonía.

Cuando todo el cuerpo  es carne de matadero
solo queda el exilio.

Y solo un cuerpo exiliado del hábito de compartir
conoce la dosis exacta  de indiferencia
para provocar
el desencuentro.

En tránsito permanente, las hormigas devoran en silencio.
Agua dormida que vendrá,
el silencio es la versión más antigua
del enojo.

Porque elegimos esta soledad de palabras
y no otra,
solo queda hacer una casa con ramitas.







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